El otro día me vi sumergida, de nuevo, en un debate sobre la prostitución. Y cuando por enésima vez me vi rebatiendo los mismos argumentos que hace diez años, me dije a mí misma «anota mentalmente todas las justificaciones que te dan, que están más extendidas de lo que creías». Y en mi pasión por hacer listas, me puse a enumerar una serie de puntos que me parecen básicos. Son argumentos que sigo encontrándome con mucha naturalidad y sobre los que me parece importante debatir. En cualquier caso, se advierte: son sólo opiniones personales y el debate es mucho más profundo de lo que aquí se plantea, porque estamos hablando de un problema de gran complejidad.
«Estoy completamente a favor de la legalización de la prostitución». Pues yo, no. Entiendo la prostitución como una forma de desigualdad patriarcal, de mercantilización sexual y de cosificación del cuerpo de la mujer (según algunos datos, el 90% de la demanda son hombres y el 90% de la oferta, mujeres). Así que no me queda más remedio que ser abolicionista. Además, detrás de la prostitución hay mujeres y niñas tratadas con fines de explotación sexual, lo que sin duda supone una grave vulneración de los derechos humanos y una forma de esclavitud. Por un lado, me cuesta ser partidaria de legalizar una actividad que invisibiliza a mujeres explotadas y tratadas sexualmente. Por otro, me cuesta creer que con la legalización podríamos acabar con esta forma de desigualdad.
«¡Pero qué dices! ¡Y la cantidad de mujeres que deciden libremente ejercer la prostitución!». Decir que la prostitución se ejerce libremente, en ocasiones, me resulta chocante. A veces pienso que la palabra «libertad» (y, cómo no, el liberalismo) es un arma de doble filo que nos está perjudicando seriamente a las mujeres. Libremente hemos elegido cuidar de nuestros hijos e hijas, libremente hemos escogido no acceder a puestos directivos, libremente nos ponemos un vestido apretado que cómodamente nos comprime la respiración, libremente hemos construido relaciones con hombres que nos han maltratado (nadie nos puso una pistola para salir con ellos). Y así podemos entrar en una espiral de argumentos que me hace creer que, bajo el paraguas de la «libertad», estamos ocultando muchas formas de discriminación y violencia. En cualquier caso, vale. Admitamos que hay mujeres que ejercen libremente la prostitución. Pero, una cosa: en la aldea global en la que vivimos, pensemos con perspectiva internacional. ¿Cuántas de ellas no lo han elegido libremente? Y lo que es más grave: ¿cuántas son engañadas, captadas y traficadas? ¿Cuántas son encerradas y explotadas en prostíbulos, clubs, pisos? ¿En serio que la mayoría de mujeres que ejercen la prostitución lo han elegido libremente? Y otra cosa: ¿sólo por el hecho de que exista un porcentaje de mujeres que lo han elegido libremente vamos a permitir la legalización de la prostitución, cuando detrás de este negocio se esconde la explotación de miles de mujeres y niñas en el mundo? ¿De verdad que no se ven claramente las relaciones de desigualdad y sumisión que genera la prostitución? ¿Legalizar la prostitución no sería permitir la comercialización del cuerpo femenino?
«Pero es un trabajo más, igual que cualquier otro». ¿En serio? Pues ya me diréis cómo reaccionaríais si mañana vuestra hija, madre o hermana os dijera en la comida familiar que ha encontrado un trabajo y que el lunes empieza a trabajar como prostituta. Por otro lado, habrá quien me diga que en el actual mercado laboral también hay muchos otros trabajos que explotan a las mujeres o que generan desigualdades: amas de casa, maquiladoras… Cierto. Pero es que también estoy contra estas formas de explotación.
«Además, es imposible de erradicar. Si es el oficio más viejo del mundo». Si no se erradica es porque no hay interés ni voluntad política. La prostitución mueve millones de euros al año. Como ejemplo, las líneas editoriales de los periódicos de nuestro país, que no se atreven a eliminar los anuncios de prostitución. Quizá por la cantidad de dinero y beneficio que les aporta. Pero es que, además, la prostitución trata de satisfacer los deseos sexuales de una gran cantidad de hombres, sin tener en cuenta los de la mujer. E igual tampoco interesa acabar con una actividad cuya finalidad última es satisfacer los deseos sexuales masculinos. Dicho todo esto, me planteo otra cuestión que ponen de manifiesto algunos estudios: ¿por qué los hombres igualitarios no se van de putas?
En mi opinión, la prostitución es una forma de desigualdad entre hombres y mujeres y, en muchos casos, esconde una forma de violencia sobre la mujer. Por ello, creo que no debería legalizarse. Legalizarla supondría consolidarla en el tiempo, lo que significaría perpetuarla y no hacer nada por tratar de acabar con esta forma de desigualdad. En consecuencia, apuesto por el abolicionismo, aun a sabiendas de que esta posición exige ser consciente de que pasa necesariamente por alcanzar previamente una igualdad efectiva entre mujeres y hombres y, por tanto, se trata de un trabajo a muy largo plazo. Confío en que las mujeres del siglo XXII se echen las manos a la cabeza cuando vean que en el pasado hubo gente que quería legalizar una actividad que perpetuaba la desigualdad entre mujeres y hombres y que en muchos casos enmascaraba una nueva forma de esclavitud.