– Rubia, ¿te consideras feminista?
– Sí, claro. Feminista imperfecta.
– ¿Y qué quieres decir con eso?
Ajá. La pregunta del millón. Porque claro: yo soy feminista, sí. Pero una feminista imperfecta. Y tras esa pregunta me puse a pensar en todas mis imperfecciones. Y en un acto de sinceridad conmigo misma, hice repaso de lo que yo creo que es mi lista de contradicciones y deberes feministas. Y resultó ser extensa. Tanto, que solo hablaré de cinco de ellas.
1. No soy una feminista ilustrada. Apenas he leído a intelectuales o escritoras feministas. Sí, sé quiénes son Clara Campoamor, Celia Amorós, Victoria Kent, Simone de Beauvoir o Virginia Woolf. Y no sólo admiro lo que han hecho por las mujeres y la igualdad; también he tenido el placer de haber leído obras escritas por ellas o textos sobre ellas. Pero reconozco que tengo mucho trabajo por delante y asumo que no podría tener una conversación sobre filosofía política feminista. Mal, muy mal. Y haré todo lo posible para remediarlo, pero también creo que jamás seré capaz de tener un debate ilustrado sobre feminismo. Porque asumo mi falta de conocimiento y, a veces, mi falta de conexión con la intelectualidad (así, en la vida en general). Porque me siento pequeñita y poco ilustrada ante las mentes brillantes. Me resulta más interesante debatir sobre la prostitución, por ejemplo, que sobre el feminismo de la igualdad versus feminismo de la diferencia. No obstante, dos confesiones: a) me lo anoto como tarea pendiente, pero porque personalmente me apetece y porque considero fundamental una base teórica sólida. Aunque, como dice una amiga, «a ninguna persona se le exige estar ilustrada para posicionarse contra el racismo y defender la igualdad racial; hagamos lo mismo con el feminismo» y b) me enganchan y me identifico con autoras como Caitlin Moran. Léanla…
2. Contribuyo con la cosificación de la mujer. Cuando era más joven, apenas me preocupaba por mi aspecto físico. Pero con los años… ¡ains! Creo que voy hacia atrás. Empiezo a ponerme un poco de tacón, los fines de semana me pinto las pestañas, de vez en cuando me doy un masaje anticelulítico, los últimos febreros de mi vida empiezo una dieta que abandono los meses de marzo, tengo un entrenador personal, detesto mis ojeras… Es decir: me preocupo por tener una imagen física que encaje en la sociedad patriarcal en la que vivo. De alguna manera, no sólo lo hago para gustarme a mí misma: lo hago también para que mi aspecto sea lo menos criticado posible y se amolde a unos cánones de belleza que son completamente sexistas.
3. A veces perpetúo estereotipos sexistas. Sí. Así es. Y me fastidia infinitamente, pero asumo mi incoherencia. Mi sobrina de cinco años quiere por su cumpleaños una muñeca bebé, que hace «pipí y popó». Porque le gusta, aún viviendo en una casa donde precisamente no se han remarcado los estereotipos sexistas. Y ahí está mi dilema: ¿me planto, se lo explico y le regalo otra cosa? Sí, ¡claro que sí, rubia! Al fin y al cabo, estoy contribuyendo a que juegue a algo propio de la edad adulta y que, para colmo, tiene una relación clara con la asunción de los cuidados por parte de las mujeres. Y ahí estás tú, escuchándote la parrafada mientras una niña de cinco años te mira con cara estupefacta, sube las cejas, baja sus labios y sale escopetada a escalar una roca antes de que tu discurso llegue al segundo 25. Y al final, a tan solo unas horas de su fiesta, pienso mientras me acerco a la tienda de turno: «venga, que es su cumpleaños y es lo que le apetece, pilla la muñeca y andando».
4. No respondo como debería a los ataques machistas. Muchas veces me callo para no entrar en polémica. No siempre soy capaz de reaccionar. Pongamos dos ejemplos: el acoso callejero y los chistes machistas. En cuanto al primero, diré que cuando voy sola por la calle y un tío me dice que me comería hasta el potorro, me pongo como una furia, me revuelve las tripas y me produce asco, mucho asco. Durante años, estas situaciones me han producido una variable paralizante que me ha impedido reaccionar bien. Aunque ojo: progreso adecuadamente. Hace unos meses vi cómo un hombre se acercaba a una mujer por la espalda, agarró la mano de ella y se la llevó a su pene. La mujer se quedó paralizada y él empezó a gritar «¡¡guarra, guarra, que me has tocado el pajarito!! Guarra, ¡¡pedazo de guarraaa!!». Me quedé perpleja ante semejante agresión. Así que me quité los cascos de música, me paré junto a la mujer y empecé a gritarle e insultarle a él, en un acto de justicia social: «¡¡ella no le ha hecho nada!! ¡¡Es usted, que le ha agredido a ella!! ¡¡Mamón, que es un mamón!!». No os podéis imaginar lo a gusto que me quedé. Por favor: empecemos todas a reaccionar y contestar (cada una a su estilo, a mí me salieron palabras malsonantes de manera incontrolada).
5. Reconozco que me gusta bailar canciones machistas. Vale, soy más de cantautores y de grupitos indies, sí. Peeeero… Dios santo. Basta que en un bar pongan una canción de Enrique Iglesias para que, sin saber por qué, mi cuerpo se deslice rápida y felizmente hasta el centro de la pista. Y no sólo se mueven mis caderas, no. Es que hasta mi cerebro me juega una mala pasada, dando órdenes a mis cuerdas vocales para que canten la canción a grito pelao. Bo-chor-no-so.
Dicho todo lo anterior, he de decir que me considero feminista. Feminista imperfecta, pero feminista. Porque creo que cualquier sociedad debe tener entre sus objetivos colectivos el de acabar con todas las desigualdades y discriminaciones que sufrimos las mujeres. Una sociedad que nos permita caminar sin miedo por la noche, una sociedad en la que ningún hombre nos diga barbaridades cuando estamos solas en la calle, una sociedad que nos deje en paz y no nos juzgue cuando se hable de maternidad, una sociedad que no tolere una España en la que han sido asesinadas 870 mujeres, desde 2003 a 2016, por parte de hombres asesinos que fueron sus parejas.
Y porque, sin querer normalizar ni justificar todas mis imperfecciones feministas, creo que son, precisamente, consecuencia de llevar viviendo tantos años en una sociedad machista y patriarcal. Y estoy convencida de que su superación requiere de un trabajo feminista, personal y colectivo, a medio y largo plazo.